Neurocondena: la otra cara de la pobreza infantil

¿Qué es aquello que nos constituye como seres humanos? Por supuesto nuestro código genético, pero así mismo nuestro entorno, la nutrición a la que accedemos, la educación y, no menos importante, el afecto. Todo ello es necesario a la hora de exprimir con éxito el potencial de nuestros genes. ¿Pero, qué sucede cuando estos son condenados a la carencia material y afectiva?

Muchas veces no logramos dimensionar el peligro de una infancia rodeada de carencias, las cuales cubren un sinfín de probables déficits cognitivos, comportamentales y afectivos. ¿Por qué hablamos de ¨probables¨? A pesar de que la evidencia neurocientífica sugiere distintas anomalías de desarrollo en individuos expuestos a la pobreza, la reacción a mismos ambientes en diferentes individuos dependerá de expresiones individuales, pero en general hablamos de déficits palpables en casi todos los casos.

Apuntar a la igualdad de oportunidades requiere de un abordaje multidisciplinario y multi nivel que considere todas las dimensiones afectadas por carencias materiales, físicas y simbólicas involucradas en el ciclo de la pobreza. Una condición que, en general, se transmite de generación en generación, se trata de costumbres, déficits y hábitos comunes para una población que no ha tenido la oportunidad de salir adelante, siendo condenados incluso en el momento de ser concebidos.

¿A qué nos referimos con estrés crónico? El estrés es una reacción natural de nuestro sistema al sentir que se encuentra en peligro, nos prepara para luchar o huir enviando más cantidad de sangre a nuestras extremidades, metabolizando grasas y azúcares en búsqueda de energía e inhibiendo actividades innecesarias para la supervivencia inmediata como la conducta reproductiva. Estos mecanismos son mediados por el eje HPA, el cual involucra al hipotálamo, glándula pituitaria y la médula adrenal, además de encontrarse comunicado con otras estructuras tales como las amígdalas cerebrales.

Cuando este eje es activado de manera crónica y temprana, en especial en niños antes del nacimiento, distintos sistemas neurales pueden resultar dañados, sobre todo el sistema autorregulatorio emocional (capacidad de ajuste emocional y conductual acorde al contexto) y cognitivo (las funciones cognitivas incluyen la atención, memoria, toma de decisiones, lenguaje, entre otros), dificultando la integración social y el aprendizaje. Distintos estudios han sugerido que cuanto más tiempo pasa una familia en situación de pobreza, menor es la calidad de los estímulos enriquecedores a los cuales podrá acceder para un correcto desarrollo cognitivo (Bradley y Corwyn, 2002) el cual es estrictamente necesario para planificar y llevar a cabo actividades que requieren procesamiento intelectual o ejecutivo tales como prestar atención en clase, elegir actividades recreativas y formativas, estudiar, memorizar, comprender y ajustar conductas y comportamientos a una situación en particular.

El término ¨pobre¨ proviene del latín pauper  y significa ¨quien produce poco, infértil¨, haciendo alusión a una carencia, el que tiene menos. Hoy en día llamamos ¨pobre¨ a quien recibe un ingreso mensual unipersonal por debajo de los 15.838 pesos, siendo este valor de 10.361 pesos en el interior urbano y ascendiendo a la cifra de 8,1% en marzo de 2019. Esto quiere decir que alrededor de 280.000 uruguayos son considerados pobres y, entre ellos, 135.357 niños, niñas y adolescentes.

Nuestro sistema nervioso no solo se constituye a partir del manual de instrucciones que viene de fábrica dentro del código genético, sino que requiere de distintos mecanismos de desarrollo, tales como una nutrición y estimulación cognitiva adecuadas para lograr construir el entramado tan complejo que significa convertirse en un ser humano. Este proceso comienza a partir de la concepción, donde todo aquello que sucede dentro y fuera del útero materno va a tener consecuencias para el futuro bebé. El estrés crónico, el abuso de sustancias y la malnutrición son apenas unos ejemplos de estimulantes negativos que puede recibir el niño en gestación y que son más comunes en entornos de pobreza debido a la incertidumbre económica, el costo muchas veces inaccesible de alimentos recomendados, la poca estimulación cognitiva y la violencia implicada en actividades de origen ilegal.

Asimismo, nuestra máquina madre requiere de conexiones sinápticas altamente específicas y funcionales para el constante flujo de información que debe supervisar, para ello debe eliminar cualquier tipo de red neuronal inutilizada o poco estimulada, por lo que las conexiones más activas seguramente sobrevivan y sus antagonistas se pierdan. Con el objetivo de madurar correctamente, el sistema nervioso necesita de experiencias sensoriales, emocionales y materiales específicas en un momento determinado, a esto se le llama ¨períodos críticos o sensibles¨ donde la plasticidad o capacidad moldeable del encéfalo es altamente superior que en otros momentos de la vida. Estos son distintos para cada función cognitiva, las cuales modifican constantemente las redes neurales, así como la mielinización axónica (imprescindible para transmitir información más rápidamente), los vasos sanguíneos dentro del cerebro y la generación de nuevas neuronas dentro del hipocampo (sí, nuestro hipocampo es una de las pocas estructuras encefálicas que continúa produciendo neuronas luego del nacimiento. Este tiene implicancias en la memoria, las proyecciones a futuro, entre otros).

No podríamos desarrollarnos correctamente sin estímulos apropiados para el momento del ciclo vital que estamos transitando, y, a contraparte, estímulos abrasivos producen cambios agresivos incluso en nuestra expresión genética. Se pudo observar en diversos estudios que las experiencias tempranas de maltrato producían cambios en la expresión genética del BDNF (proteína de factor de crecimiento de componentes neurales) en la corteza prefrontal (nuestro procesador estrella de funciones ejecutivas como la toma de decisiones) (Hensch, 2004). Dichas experiencias también pueden modificar la respuesta emocional al estrés al punto de ser rastreables molecularmente. Esto se puede apreciar en adolescentes con un historial de adversidad psicosocial en la niñez y en fragmentos del cordón umbilical de bebés cuyas madres sufrieron depresión, ansiedad y estrés durante el embarazo. Asimismo, se les ha detectado una mayor activación amigdalina (procesamiento y control de emociones como el miedo) en tareas de reconocimiento de rostros amenazantes (Gianaros 2008) implicando mayor sensibilidad a reaccionar ante estímulos que el cerebro interpreta como peligrosos.

Continuando con el planteo, también se han observado dificultades en el desempeño atencional y estratégico en niños de hogares pobres a comparación de aquellos con ingresos superiores incluso en los primeros meses de vida extrauterina (Lipina, 2005), sugiriendo diferencias sustanciales en capacidades cognitivas que luego sin intervenciones especializadas continuarán representando una desventaja significativa de niños carenciados frente a aquellos que han nacido en familias más afortunadas.

En este sentido, el ingreso familiar y la educación materna permite predecir el desempeño en tareas de memoria en niños de 5 años de edad, presentando deficiencias en las franjas más bajas (Hackman, 2015).  La evidencia neurocientífica sugiere un patrón menor de actividad de ondas cerebrales equivalentes al procesamiento atencional y visual en estado de reposo en niños provenientes de hogares con menores ingresos (Kishiyama, 2009), es decir, menor activación neuronal y por tanto menor capacidad en las áreas anteriormente mencionadas.

Por otra parte, la nutrición deficiente, y particularmente la falta de hierro e hidratos de carbono, se asocia con alteraciones en procesos de mielinización (implicada en la rapidez de conducción de información), síntesis de neurotransmisores, control emocional y diferenciación celular en la vida intrauterina (Lipina, 2016).

En síntesis, se detectaron deficiencias en niños de hogares con menores ingresos en las áreas de atención, memoria, lenguaje, control cognitivo y autorregulatorio dependientes del hipocampo y los lóbulos frontales. Esto se debe a la exposición a violencia familiar y comunitaria, pérdida de empleo, inestabilidad económica, déficits nutricionales y pobres estímulos cognitivos.

¿Cómo podemos revertir la situación?

En un trabajo realizado por Lipina y otros (2013) se encontró que la incidencia de lectura compartida entre cuidadores y niños y el uso de computadoras con fines lúdicos en un horario estrictamente moderado hicieron que provenir de hogares con bajos ingresos no influyera en tareas de atención, memoria y planificación en niños de 5 años de edad, sugiriendo que una dedicación sostenida al entrenamiento de habilidades cognitivas sumado a un sistema de soporte sería importante para reducir posibles problemas a futuro.

Asimismo, resultados preliminares sugieren que determinados déficits podrían ser revertidos con el uso de fármacos especializados en tiempo y forma adecuados (Lipina, 2016). Si bien la utilización de fármacos puede ser algo controversial en niños y adolescentes, podría ser una opción para  los casos más complejos.

Comprometernos con la salud de nuestros niños y adolescentes para la construcción de un futuro prometedor es el primer paso a una sociedad donde, sin importar el barrio de nacimiento, todos los uruguayos puedan contar con herramientas para salir adelante.

Sin un correcto desarrollo del sistema nervioso esto ni siquiera es imaginable ya que, generalmente, el daño provocado por un sostenido ambiente deficitario es incompatible con el procesamiento de información compleja y dedicación atencionaria que requiere la adquisición de educación superior, la cual naturalmente representa la mayor herramienta de movilidad social con la que cuentan las personas. Asimismo, los daños provocados en el sistema de procesamiento emocional debido al estrés sostenido muchas veces representa trastornos conductuales inapropiados al contexto y reacciones exageradas y violentas ante estímulos no necesariamente amenazantes, traduciéndose en una vida rodeada de carencias afectivas y laborales, muchas veces siendo condenados al mundo de las drogas y el delito.

Sin embargo, el abordaje no puede ser reducido al entorno inmediato de la familia intervenida en las políticas estatales, sino que requiere de una concientización mayor y que abarque a todo el sistema simbólico de la misma. Reducir riesgos ambientales inmediatos no cubre la cuota cultural que al mismo tiempo se encuentra invadiendo el entorno familiar. La marginalización de la pobreza y el rechazo sistemático a los individuos carenciados, también conocido como aporofobia, representa un obstáculo significativo para el trayecto hacia una vida más digna. Los prejucios adoptados por la sociedad muchas veces impiden la correcta inserción de personas carenciadas que buscan revertir su situación, llevándolas a la frustración y condenándolas al mercado de trabajo clandestino.

Debemos comenzar a intervenir en ambientes de riesgo desde la gestación del futuro bebé, realizar un seguimiento especializado y concientizar al resto de la sociedad, solo de esa forma lograremos acercarnos un poco más al ideal de justicia social con el que soñamos desde principios del siglo XX.

 

Bibliografía consultada:

Bradley, R. H., & Corwyn, R. F. (2002). Socioeconomic status and child development. Annual review of psychology53(1), 371-399.

Gianaros, P. J., Horenstein, J. A., Hariri, A. R., Sheu, L. K., Manuck, S. B., Matthews, K. A., & Cohen, S. (2008). Potential neural embedding of parental social standing. Social cognitive and affective neuroscience3(2), 91-96.

Hackman, D. A., Gallop, R., Evans, G. W., & Farah, M. J. (2015). Socioeconomic status and executive function: Developmental trajectories and mediation. Developmental science18(5), 686-702.

Hensch, T. K. (2004). Critical period regulation. Annu. Rev. Neurosci.27, 549-579.

Kishiyama, M. M., Boyce, W. T., Jimenez, A. M., Perry, L. M., & Knight, R. T. (2009). Socioeconomic disparities affect prefrontal function in children. Journal of cognitive neuroscience21(6), 1106-1115.

Lipina, S. J., Martelli, M. I., Vuelta, B., & Colombo, J. A. (2005). Performance on the A-not-B task of Argentinean infants from unsatisfied and satisfied basic needs homes. Interamerican journal of psychology39(1), 49-60.

Lipina, S., Segretin, S., Hermida, J., Prats, L., Fracchia, C., Camelo, J. L., & Colombo, J. (2013). Linking childhood poverty and cognition: Environmental mediators of non‐verbal executive control in an Argentine sample. Developmental science16(5), 697-707.

Lipina, S. (2016). Pobre cerebro. En S. Lipina, Pobre cerebro. Buenos Aires: Siglo XXI